La sonrisa gigante y los ojos azules

Hay algo que tengo constatado en muchos artistas y a priori me parece pesimista, incluso haciendo un análisis más profundo, incluso masoquista. Muchas veces se me cruza la reflexión sobre ¿por qué ponemos tanto hincapié en las emociones negativas? Vale que sean más virulentas, o aparenten serlo en nuestro sistema biológico, pero eso no las hacen más importantes. Ni más válidas para la expresión me temo. Algo falló en nuestra concepción cuando le damos tanto peso e importancia a lo negativo. Por ello cuando el día tiene mucho más color, cuando se resume en sentimiento interior de paz y sonrisa, también creo que cabe fomentar ese estado. Acostumbramos demasiado a regocijarnos en la mierda y en cambio cuando todo son campos de miel, más bien aparentamos querer salir corriendo sintiéndonos pegajosos. Incomprensible.

Hoy empecé el día cómo lo empiezan muchos humanos: bastante abstraído por el sueño de madrugar en día de huelga. Sin embargo tuve bastante suerte ya que mi metro no se demoró mucho, y mucha más suerte aún por un hecho que ha sido el punto de inicio de un día FELIZ. Feliz, sí, con mayúsculas. Pero todo empieza en ese momento, ese momento en el que estaba abstraído como buen zombie del metro madrileño a hora punta y miré a mi derecha, donde había una niña preciosa de grandes ojos azules regalándome ante mi sorpresa una sonrisa gigante. Cosas tan pequeñas como esta son las que te hacen «click» y así salí del pensamiento cotidiano de obligaciones y objetivos. Digamos que esa niña me trajo al presente, y pese a estar leyendo en ese momento algo interesante entre mis manos dejé de prestarle atención para atender al momento, que sin duda era lo que más me iba a enriquecer. Esa niña me trajo al presente, al aquí y ahora. Desde ese momento y hasta que salió del vagón estuve atento a cada regalo de este ser tan maravilloso y limpio como es un niño. Sin prejuicios, sin ataduras, con la sinceridad real de compartir su felicidad y su mundo interior con el maravilloso libro de pegatinas con el que jugaba y hacía jugar a cualquiera que cruzase mirada, (si su ego de adulto no estaba tan dañado como para no poder dejarse enternecer por lo más tierno).

De esta forma el día giró. Grabé en un lugar nuevo, disfruté de la actuación importándome bien poco el resultado y disfrutando el momento como nunca -ayudado también por un paraje impresionante por tierras segovianas-. Así, volví corriendo a la ajetreada capital para encontrarme con un amigo genial, asistir a una charla sobre física y mundos paralelos con mucha ilusión (pese a estar perdido en algunos conceptos), disfruté de una cena con sabores nuevos y acabé el día reflexionando sobre la abstracción humana y la iluminación después de ver wall·e y libros estupendos de diseño. Todo esto no lo cuento a modo prensa rosa ya que soy bastante contrario de hecho a compartir la vida privada públicamente por la sencilla razón de que pierde su adjetivo. Realmente todo esto es irrelevante. Sólo quiero poner un ejemplo de lo que para mí ha sido un día redondo. Para ti sería cualquier otra consecución de hechos. El caso es que, y ahí viene la reflexión, todo nació de un «click» (un cambio) ¡Carámba, ¿un cambio?! Sí, en el cambio está la oportunidad. Disfrutar el momento es una actitud, y la consecución de hechos en parte se buscan. Por ello y de una forma muy sencilla se puede buscar la experiencia de flujo a cachitos y regocijarse cómodamente en las pequeñas felicidades que uno se construye. A veces ese cambio te asalta, pero no olvidemos que el que realmente lo hace es el que lo recibe. Lo demás, las circunstancias, son sólo motivos, excusas externas que nos valen para trabajar con nosotros mismos. Y hacernos felices. Si queremos… © Román Reyes