La estrella apagada

Había un mundo donde sólo existían dos tipos de realidades, dos tipos de Soles: los activos y los apagados. Los primeros lucían poderosos y podían atraer un montón de cosas preciosas (los planetas). Cosas de todo tipo, diversas y únicas. Estos planetas se llamaban las experiencias, y eran esenciales para que un Sol se sintiera realizado, para que encontrara su sentido de existencia. Los segundos lucían oscuros, desiertos. Con tierras llenas de polvo.

Una de estas estrellas apagadas yacía triste, porque percibió que sólo lucía brillante por el reflejo de estrellas exteriores. Siempre se había apoyado en estos fulgores para brillar, sin darse cuenta de que su propio esplendor había desaparecido. Estaba demasiado ocupada siempre en perseguir y buscar brillos de fuera. Pero un día paró esa frenética actividad para ver que esas grandes luces no le pertenecían. Ese duro día, se dió cuenta de que no atesoraba ningún planeta real. Era todo una gran farsa. Si algo le orbitaba era siempre para sacarle algún tipo de favor. Asteroides de paso, interesados, y, a veces, peligrosos, pese a ser bellísimos por fuera. Pese a parecer siempre exóticos y sensuales. Experiencias de rápido consumo, que tal como venían, se iban, incrementando así el deseo de la llegada de otra nueva. Más grande, más llena. Todo aquello se convirtió en una droga que ahuyentó a los planetas reales. Los que poseía cuando nació. Pero que no veía por estar ciega mirando demasiado lejos. Mirando a las demás estrellas, siempre comparando su color.

La 🌟 estrella apagada se percató de que su búsqueda era sin sentido. Aunque triste, empezó a entender su lugar en el universo, y eso le dió paz. Aprendió que la búsqueda siempre estuvo dentro, que la luz y el gozo real no se pueden comprar ni conseguir de estímulos externos. Que hay caminos llenos de flores que son sólo hologramas para ponernos a prueba, para ver si podemos transcender nuestra trampa mortal. Ella cayó en la cuenta de que sólo le quedaba una opción. Empezó a recordar cada momento de su vida, cada momento real. Incluso recordó algún planeta de su infancia que ya había olvidado. Comenzando a sentir gratitud, amor. Concentrándose en todos esos momentos bellos, reales

La estrella empezó a volverse de un precioso color azul, un color sin igual. Poco a poco un movimiento enorme arremetió desde el corazón de esta. Una onda expansiva sin igual. 

De puro amor la estrella explotó. Y de este polvo en expansión se juntó con la materia de otra que justo estaba cerca pero nunca vio. De este choque nació una nueva estrella copada de planetas increíbles, únicos. Así empezó, de nuevo, un viaje de puro aprendizaje.

Para ser algo nuevo antes tiene que morir nuestro yo aferrado. Porque «todos somos polvo de estrellas».

Por Román Reyes