El semáforo de las decisiones

1. CALLE POLÍGONO INDUSTRIAL. EXTERIOR. DÍA.

Vas corriendo, quieres cruzar, te paras mientras chequeas rápidamente la posición de los coches, las distancias, el estado del semáforo. Los coches yacen parados y el semáforo te prohibe el paso. Sientes el pinchazo en tu pierna izquierda al decididr cruzar corriendo pero prácticamente a la vez decides abortar y seguir por la misma acera para cruzar más adelante. Los coches aceleran a fondo y una moto -que parece salida de la nada- adelanta a todos ellos a gran velocidad. Tú giras la vista y emprendes camino por la misma acera.

Todo esto en fracción de segundo.

Decisiones. Esto son sólo una lista de raudas decisiones. Puede parecer una anécdota sin sentido, casual, pero el cálculo rápido de probabilidades y riesgos en este caso son mucho más vitales de lo que parecen.

El semáforo está al lado de una rotonda de una zona industrial, donde el comportamiento de los conductores es más agresivo y conducen con más rapidez al denotar poca afluencia de viandantes. Quizás parezca una anécdota insignificante pero nuestro protagonista de la historia (tú) pudo abortar algo más que cruzar de acera. Quizás abortó su propio atropello, o quizás no. El caso es que una decisión tan aparentemente tonta puede llegar a ser vital.

Ahora me pregunto: ¿Cómo es que otras decisiones de menos carácter “vida o muerte” nos cuestan tanto? ¿Cómo puede ser que demoremos tanto otras menos importantes por miedo? En nuestra decisión vital no hubo miedo alguno. ¿Para qué complicarse la vida con miedos que sólo existen en nuestra mente?

Decidir rápido, decidir bien, pero sobretodo decidir aún sabiendo que se uno se puede equivocar. Al fin y al cabo hay que quitarle hierro a lo que no lo tiene. Al fin y al cabo esa moto no te atropellará ni hoy ni mañana en esas otras decisiones que tanto ponderas en exceso.

La única excepción que puede alojar duda es cuando una vida (como muerte física) depende de una decisión.

Para lo demás diría que ningún ave duda cuando decide levantar vuelo. © Román Reyes