Nos perdimos Marte
Una noche de verano, durmiendo lejos, algo helados. Planes troncados por egos futuros. Frutos de cosecha pasada. Rancios, enojos. No hay por qué para no mirar Luna. Dime para qué esto, si no hay duda, sólo duna. Por qué hacer tanto caso a fantasmas varados. Nadando en relojes de arena parados. En tierras secas, plantados. Por qué no darles ficha para lanzarnos alados…
Al otro lado de la cama estoy, pensando, danzado: para qué nos hacemos daño si sólo somos espejos amados. Para qué castigarnos en cueva de vientos tachados.
Si saltamos un momento paramos el tiempo. Segundo para gustarnos, tiempo para amarse. Dejemos de gritar al siento mientras perdemos Marte. Él no entiende de amarre: fulgurado y rojo, como corazón de cielo. Hasta ahí, al menos, llegan los límites del te quiero.

No sigamos perdidos, rompamos el techo. Sólo existe una verdad: la de dentro del pecho. Observemos la realidad más pura. Abracemos, brillantes, con soltura. Sólo eso dura. No nos perdamos Marte. Nunca olvides amarte.
Por Román Reyes