Polilla
Es de noche y estás haciendo el ritual de echar pasta de dientes sobre el cepillo. Mientras observas la dirección curiosa y cruzada de los grupos de filamentos, algo asalta tu concentración. ¡Se ha colado una polilla en el baño! No la quieres dañar, pero tampoco quieres que esté ahí.
– ¿Cojo un papel y la saco? Se mueve demasiado rápido, la aplastaría. Al lado está la cocina y el salón, si va a la cocina puede dañar alguna ropa pero en cambio la puerta a la terraza está ahí… Si apago la luz seguramente salga…
– Vas a la cocina, donde caes en la cuenta de que te dejaste un plato sin recoger. Cuando vas a recogerlo, intuyes que tu amiga está rondando por tu espalda… Te ha cruzado y ha salido por la puerta. Bien.
Cualquier historia como esta parece nimia y sin sentido si no le ofrecemos un paralelismo a reflexión.
La polilla es un animal delicado, pero al que nunca le queremos de invitado porque puede suponer que dañe alguno de los innumerables tejidos que tenemos en casa. Una vez dentro, hay quien le «echa a patadas» y quien quiere ayudarle a volver a «su sitio» sin causarle daño alguno. ¿Cuántos invitados nos encontramos en nuestra vida con esta misma característica? A los que queremos ayudar sin dañarles y, a la vez, sin salir perjudicados. A los que vemos empecinados en salidas que, desde fuera, son claramente infructuosas. Hay casos concretos en los que la mejor ayuda es la omisión de esta.
Apagando una luz, podemos encender otras que alumbran otro sendero: el cambio.
Porque los pasos sólo los emprende aquel que quiere. La presencia cercana y la intención, en muchos de estos casos, es más que significativa para la resolución exitosa del conflicto y/o incomodidad.
También el mensaje nos sirve si estamos comportándonos como la polilla, obcecándonos en algo sin el respiro necesario de tomar distancia y ver el objetivo. Analiza y se consciente de la dirección de las batallas. La resilencia no tiene sentido si no sabemos el punto hacia el que nos dirigimos. Si la emoción nos somete y cada vez que nos levantamos tomamos un sentido. Podemos repetirlo tantas veces como queramos… Hasta marearnos. Empecinarse no sirve de nada si esas caídas no suponen un cambio de estrategia. Sólo cuando es así la caída también suma. Sólo hay que equivocarse mejor en esta maravillosa exploración. Y al explorar no sólo hay salidas, sino nuevos descubrimientos, nuevas posibilidades. Tantas como zonas por descubrir… en nosotros mismos.
Román Reyes
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